martes, 6 de noviembre de 2012

REMEDIOS A LOS MALES DE LA REVOLUCIÓN-



El R.P. de Clorivière fue un contemporáneo de la revolución “francesa”… él conoció sus cárceles, sus terrores y sus métodos. Su análisis todavía es de actualidad. En estos momentos en que la confusión atraviesa la Iglesia incluso a las congregaciones que pensábamos que estaban amarradas sólidamente a la verdad… las consignas de este guerrero de la fe nos van a ser muy útiles: 1° buscar sinceramente la verdad, 2° No seguir a los que hablan bien o a la autoridad a la vista, sino aquellos que nos dan más razones. 3° No temer a la pobreza ni al deshonor.
Les ofrecemos un pequeño extracto de su obra…




REMEDIOS A LOS MALES DE LA REVOLUCIÓN-


Para defenderse de las tinieblas, hay que recurrir a la luz, para evitar las seducciones de la mentira, hay que cubrirse con el escudo de la verdad. Hay que voltearse hacia la religión, conocer sus dogmas con su divina armonía y su excelencia, penetrar la pureza de su moral, la magnificencia de sus promesas y el terror de sus amenazas, la fuerza invencible de sus pruebas, la multitud de sus milagros y la certitud de sus profecías… No debemos temer mas que a un espíritu que habiendo sido investido de esta luz resplandeciente, rechace estos objetos y pueda sufrir con indiferencia que quieran arrancárselos, que no vea sin estremecerse de indignación en cuales tinieblas nos quieren sumergir.

[…]
Entonces es muy importante hacer una reflexión a la cual se debió haber puesto más atención: es que, si no se puede consultar a la Iglesia o a su primer pastor, a quien la infabilidad le ha sido prometida, no debemos seguir ciegamente a ninguna autoridad particular, porque no hay nadie que no pueda ser arrastrado por el error y arrastrarnos a nosotros con ella en el error. Es menos a la autoridad personal que a la autoridad de las razones que se alegan, a quien debemos seguir, hay que usar el discernimiento como lo dijo el Apóstol: « rationabile sit obsequium vestrum » ; finalmente, hay que tener más consideración al número de pruebas y razones que al número de las autoridades particulares. Porque en tiempos problemáticos, cuando se persigue a la Verdad, ordinariamente sucede que la mayoría se incline del lado que favorece su debilidad, siendo muchos menos los que lo hacen conforme a la Verdad.


Entonces, hay que consultar al Señor con simplicidad, con la intención y la firme resolución de seguir las luces de su conciencia, sin tener en consideración las consecuencias enojosas y los juicios desventajosos que los hombres harán a nuestra conducta. El Señor se complace en esclarecer un alma que le busca con rectitud, y las luces de una sana conciencia concuerdan siempre con las decisiones de una doctrina verdadera. Conformándose a éstas luces, se han visto a las almas más simples mostrar más valentía que la gran mayoría de las otras en la defensa de la Verdad. 

Pero cuando no quieren seguir las decisiones de la conciencia que son más costosas, se consulta sin cesar a nuevos doctores. Dios, en castigo, permite que se encuentren a los que dan respuestas conformes a los deseos de la natura, éstas sirven para ahogar los gritos de la conciencia pero Dios no estará satisfecho. Esta ha sido la conducta de muchos.

No es suficiente aclarar el espíritu, es necesario también depurar el corazón, a fin de que el espíritu pueda recibir y conservar la luz. En general, todas las inclinaciones perversas que alteran la pureza del corazón, alteran la penetración del espíritu y lo ofuscan; es el privilegio de un corazón puro el ver en todo su esplendor la luz de Dios. Dos vicios, más que todos los otros, han hundido a nuestro siglo en las tinieblas, estos son el orgullo y la impureza.

EL DEBER EN LOS DIAS DE PERSECUCION.

Supongamos que no habrá alguna interrupción a los males de la presente revolución (y esta suposición se apoya en el estudio de las Sagradas Escrituras). Pero porque el mal está afianzado a tal punto que, sin una intervención maravillosa de Dios, una que no haya tenido ejemplo, nuestro país no podrá levantarse; porque esta intervención no parece cercana y porque parece que será acordada en vista de la conversión de los judíos y de los pueblos infieles, no hablaremos como si fuera una cosa cierta. Antes de proponer cualquier opinión a este respecto, expondremos lo que convendría en el caso que no llegara un orden de cosas favorable a la religión.

La importancia de los buenos sacerdotes…

En los tiempos de persecución menos violenta, a pesar de que la religión y los que la profesan permanecen en un estado de opresión y de sufrimiento, algunas cosas son más necesarias entre todas.


Para mantener en el pueblo cristiano el orden y la pureza de la fe, la uniformidad en la conducta, y para procurar a los fieles socorro y consolación, el mantenimiento del orden jerárquico es una cosa capital. Es por eso que la religión se sostiene y se propaga en un país y nada podrá contribuir más a restaurar entre nosotros el reino de Dios y a salvar la fe de un gran número. El celo de nuestros Obispos los hará, si es necesario, despreciar el peligro y las incomodidades de una vida pobre, cono la de los primeros discípulos de Jesucristo. Y por su parte, los fieles se sentirán obligados, por amor a la religión,  de proporcionar a su costa, e incluso a riesgo de sus vidas, todo lo que es necesario para que pueda ejercer el ministerio pastoral.


No menos importante será el de procurar a este país un número suficiente de sacerdotes, y no hay obra más esencial que darle a los aspirantes al Sacerdocio los medios para prepararse perfectamente. También debe hacerse todo lo posible para mantener e incrementar tanto en el clero como entre los fieles, el celo de la salvación. Un cristiano, y sobre todo un sacerdote, deben estar prestos a sacrificarse por el bien espiritual de sus hermanos, sobre todo cuando las necesidades son más urgentes. Si no tienen el valor de hacerlo, serán responsables delante de Dios de una serie de males que con un poco de celo podrían detener. Que se apresuren los que se sientan más fuertemente atraídos por Dios, porque los primeros en dar el ejemplo merecen una corona más gloriosa. Pero que no tengan otro fin que la gloria de Dios y esperen el sufrimiento. Es necesario que su valentía sea tal que aumente a medida que se multipliquen los obstáculos, y que se fortifique en el abandono total. Los que se proponen perspectivas humanas y buscan el descanso no serán adecuados a la obra de Dios. Se necesitan obreros que cuenten únicamente con Dios, sin preocupaciones en las cosas visibles, teniendo los ojos volcados hacia las eternas.

La empresa es grande, y cualquiera que sea el éxito, no puede ser mas que felicísimo para los que se dedican a ella. No es suficiente trabajar para la generación presente, hay que pensar en las generaciones futuras para prepararles los medios de salvación.

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En las dificultades, se necesita tener muchas virtudes…

En este tiempo en que la Iglesia no está menos expuesta al furor de sus enemigos que en los primeros tiempos, no debe haber una virtud menor entre sus hijos; una virtud mediocre no sería suficiente para permanecer como discípulo de Jesucristo; ellos necesitan gracias más grandes, luces más vivas a medida que se multiplican los enemigos visibles e invisibles de los que deben cuidarse. La finalidad que éstos se proponen es evidentemente perversa y serían más débiles si no se armaran de la mentira. Hijos de la antigua serpiente, ellos imitan sus pliegues, se envuelven de un modo que no parecen tener nada de malo a primera vista y se sirven de equívocos como redes para atrapar a los incautos. Se necesita un gran discernimiento para reconocer entre aquellos que gozan de alguna reputación de ciencia y de piedad, a quienes hay que consultar, qué grado de confianza merecen y hasta dónde debe llegar la deferencia a sus consejos. Los que siguen ciegamente a los guías ciegos, caen junto con ellos. Cuando alguna autoridad abraza o defiende cosas que tienen la huella del mal o de la mentira, sucede que el ejemplo de la mayoría, el temor a ser señalado, todo lleva a hacerse ilusiones. Comienzan por dudar, lo que parecía una verdad cierta ahora parece problemática y se termina por adoptar lo que al principio daba horror.

Solamente la luz divina, la gran luz que es un socorro muy poderoso, puede protegernos de tales peligros. ¿Qué hacer para obtener esa luz viva, esas gracias fuertes y abundantes? En los tiempos donde la Justicia de Dios es provocada por el desborde de los crímenes, según las reglas de la equidad debemos por nuestra parte hacer lo que dependa de nosotros para satisfacer esa divina Justicia, no podemos esperar que Dios nos distinga por efecto particular de su misericordia, si nosotros mismos no nos distinguimos en su servicio por una fidelidad más generosa. La gloria de Dios, la caridad por el prójimo nos alienta. Si con una virtud común es posible salvarse, no salvaremos a los otros. Es necesario que por una vida más santa adquiramos un mayor crédito delante de Dios, que el fervor y la confianza den peso a nuestras oraciones, y que por un generoso desprecio de la vida y de todo lo que el mundo estima, atraigamos la misericordia del Señor. Aarón, con el incienso en mano, detiene la venganza divina, cinco justos hubieran preservado a Sodoma.

Ciertas virtudes son particularmente necesarias en tiempos de persecución para superarla sin debilitarse. Por principio la pobreza de espíritu está muy recomendada en el Santo Evangelio. Aunque el renunciamiento de corazón a las cosas de la tierra se exija a todos los cristianos, hay circunstancias en que el renunciamiento se hace necesario. Esto era muy frecuente en los primeros años de la Iglesia, donde los fieles se veían amenazados de perder sus bienes y de verse reducidos a la indigencia si no adoraban los ídolos. Ahora estamos en una época donde el espíritu de pobreza será mas necesario que nunca. La razón es evidente, tenemos ya ante nuestros ojos las premisas de los sacrificios necesarios. Por otro lado, cuántos de los que se dicen cristianos se unieron a las filas de la impiedad por temor de pérdidas temporales, el amor a sus bienes dominó sus corazones. Por lo tanto es muy necesario de tenerles un sincero desprecio, estos bienes no hacen al hombre más grande ; debemos poseerlos sin apego, lo que significa que debemos saber ejercitar la privación, usar los bienes con sobriedad y sin hacerse esclavo de las comodidades; de saber, cuando sea necesario, separarse de ellos sin apesadumbrarse. Estos bienes son como la lana de las ovejas, a las cuales es bueno descargarlas cuando ya tiene demasiada. Para el cristiano que comprende y abraza el tesoro de la Pobreza evangélica, el mundo no tiene los mismos peligros y tendrá gloriosas victorias sobre la tentación.

También hay que tener desprecio al mundo y sus honores si es que quiere permanecer libre y fuerte frente a la seducción o a la prueba. Sin embargo, es verdad que las dignidades y los honores están, respecto a algunos, en el orden Divino. Es una cosa necesaria para mantener tanto la sociedad civil como la espiritual, y por ésta razón no podemos dudar que la Divina Providencia haya destinado a algunos para ubicarlos en esta dignidad. Se puede entonces aceptar honores y dignidades cuando es la Providencia quien lo presenta como medio de procurar su gloria y para servir a los hombres. Pero para no caer en un orgullo secreto y para no pretender los honores que serían la causa de nuestra perdición, no hay que buscarlos ni desearlos, hay que despreciarlos.
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Un amor sin falla por la verdad.

Los fieles deben siempre recordar el odio que Dios tiene por el error y mantenerse en guardia contra los sentimientos de los incrédulos, sabiendo bien que ellos están guiados por el espíritu de las tinieblas. Cuando los sistemas impíos dominan, ¿cuántas veces no nos sentimos forzados, por una floja y blanda condescendencia, a traicionar los intereses de la fe? El remedio a este mal es una fe sincera, una verdadera humildad y el desprecio del mundo.
Otro peligro es el de abandonar una verdad después de haberla reconocido, por temor del mal al que estaremos expuestos si la defendemos. Hay que reflexionar que defender una verdad, sobre todo cuando toca a la fe, es defender la causa de Dios; abandonarla, es alejarse de Dios y situarse en las filas del padre de la mentira. Siempre es muy grave y las consecuencias son funestas: una primera falta atrae una segunda, y el que creyó que no tenía que reprocharse mas que un mal paso, se ve en poco tiempo arrastrado al abismo. Entonces hay que tener la firme determinación de no retroceder jamás en lo que concierne a la verdad, y tener en nada su descanso, sus intereses, su vida misma, cuando se trata de defenderla.

Otro peligro que acecha a los que estarían preservados de los dos primeros, es el de seguir ciegamente a las autoridades particulares que, en tiempos de dificultades y de persecución, la mayoría se inclina del lado que favorece la naturaleza aunque se oponga a la verdad. Hay que recordar bien, la verdad permanece siempre igual, siempre es la misma, no varía por las circunstancias; lo que en un tiempo se vio que era verdad, no puede dejar de serlo, aunque tales o cuales personajes hayan cambiado de sentimiento; hay que volver a lo que se pensaba cuando nada ofuscaba el juicio, y no a las dudas que sobrevinieron desde que los motivos terrestres y los miedos humanos han despojado al entendimiento de una parte de su fuerza y de su libertad.