domingo, 22 de abril de 2018

VOZ DE FÁTIMA, VOZ DE DIOS N° 56



VOZ DE FÁTIMA, VOZ DE DIOS N° 56

Vox túrturis audita est in terra nostra”
(Cant. II, 12)

3 de abril de 2018

Estamos, en este artículo, continuando las consideraciones que hicimos en nuestro número anterior sobre la Santa Iglesia.

La Iglesia Católica se define con más propiedad como el Cuerpo Místico de Cristo. Y en ese cuerpo, Nuestro Señor Jesucristo es la cabeza y todos los que pertenecen a ese mismo cuerpo (incluso el Papa) son sus miembros.

De esa Cabeza divina desciende la gracia santificante a sus miembros. Y esa gracia es para todos los hombres (aunque no todos la reciban), desde Adán hasta el último hombre que exista. Por lo tanto, incluso los hombres del Antiguo Testamento que tuvieron la dicha de recibirla, la recibieron por Nuestro Señor Jesucristo, y pertenecían a la Iglesia Católica. Si acaso alguien se salva con un bautismo de deseo perteneciendo externamente a una falsa religión, en verdad pertenece a la Iglesia Católica, incluso sin saberlo.

Veamos una primera distinción, que se puede hacer en la Iglesia, en cuanto a sus partes: una parte es la Cabeza, y la otra los miembros. Pero la Iglesia es una realidad compleja, acerca de la cual necesitamos hacer varias distinciones para poder comprenderla. En efecto, bajo otro aspecto, el del lugar donde se encuentran sus miembros, podemos distinguir a la Iglesia triunfante (compuesta por aquellos que están en el cielo), la Iglesia purgante (compuesta por aquellos que están en el Purgatorio) y la Iglesia militante compuesta por aquellos que están en la Tierra). En el aspecto de la guarda y de la transmisión de la Revelación, se hace la distinción entre la Iglesia docente (la que enseña: el Papa y los Obispos) y la Iglesia discente (la que es enseñada: los demás miembros). Y en otro aspecto: la Iglesia, que es comparada a un hombre, tiene un cuerpo y un alma. Y en ese cuerpo podemos distinguir a sus miembros vivos y a sus miembros muertos. Los vivos son los que están recibiendo de la Cabeza la vida sobrenatural de la gracia santificante. Los muertos son los que no están recibiendo esa vida. Son como los miembros gangrenados de una persona: esos miembros pertenecen al cuerpo aparentemente, materialmente, pero no formalmente, pues la sangre no los riega más; en ellos ya no está la vida del cuerpo.

En una próxima vez, si Dios quiere, continuaremos nuestras consideraciones sobre este tema.

Arsenius